Rubias y Croquetas: No me gustan los -ista, pero hay que ser realista

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Cuando escribo ficción es inevitable que alguna experiencia propia u observada sirva de inspiración. Funciona como esa chispa que te hace encender la cerilla y a partir de ahí, a arder.  Cuando escribo sobre opinión viene a ocurrir algo similar. Bien, pues estas vacaciones tenía preparada una opinión sobre Carolina Marín (y es que yo de mayor quiero ser como ella), los deportes considerados minoritarios y la presencia de la mujer en el deporte en general. Pero algo ocurrió que me hizo cambiar por esta otra opinión.

Para situarnos. Quienes me conocen saben que siempre he defendido a los que sufrían una injusticia, vamos, que lo de “follonera” me viene de lejos, pero además dándole un toque a lo Ally McBeal. En ese sentido, pasa lo mismo cuando veo que alguien trata injustamente a una mujer, o cómo decirlo, diferente, sólo por el hecho de ser mujer. Pero también cuando pasa al revés, no creo que un hombre por el mero hecho de serlo se convierta en el enemigo. Estamos llevando la sociedad actual y sus relaciones al etiquetaje constante, a los bandos, no podemos considerar a todas las mujeres como unas víctimas ni a todos los hombres como unos agresores. Pero hay algo innegable, y es que el hombre tiene mayor fuerza física y puede ejercerla contra una mujer mucho más fácil que contra un hombre.

Creo recordar que tenía unos quince años cuando viví mi primera situación que podríamos calificar como machista. Iba a unas clases de informática extraescolares en una academia de barrio, cuando aún se programaba en Basic y se grababan los datos en casete. Estuve un par de años con esa extraescolar, éramos pocos, unos seis o siete alumnos, y siempre había estado bien. Hasta los últimos meses en los cuales al profesor le dio por llamarme “nena”. Yo era la única chica y cuando pedía a alguno de mis compañeros que saliera a la pizarra a resolver algún ejercicio, le llamaba por su nombre, cuando era a mí, “nena”. Tardé un tiempo en decir nada hasta que me resultó incómodo, empecé a notar otro tipo también de insinuaciones. Así que un día, muy educadamente, le pedí que por favor me llamara por mi nombre cuando se refiriera a mí igual que lo hacía con mis compañeros. Su reacción no fue buena, de hecho al acabar la clase pidió que mi padre fuera a hablar con él. Lo que a mi padre le explicó fueron una sarta de mentiras, suerte que mis padres me conocen bien, también un amigo que venía conmigo les explicó la situación. Me dijeron que si no quería acabar el curso que lo entenderían, pero les dije que no, que podía controlar la situación, y quedaba muy poco. Así que lo acabé deseándole suerte y yo, sintiéndome liberada.  En aquella situación el machista fue el profesor (aunque tengo otro calificativo para él), en cambio mis compañeros, todos chicos, no se comportaron como tal. Por eso creo que es un error meter a todo el mundo en el mismo saco.

En todos estos años he podido vivir también situaciones de machismo por ciertos hombres, aunque no nos engañemos, también por parte de ciertas mujeres, pero ninguna de ellas me aceleró el corazón como la del curso de informática hasta hace unos días. Volvía por la autopista sola, ya era medianoche, Agosto, poco tráfico. Delante tenía un autocar y lo adelanté para después volver a la derecha, todo normal. Pero un par de kilómetros más adelante me pareció que el autocar me hacía luces, cosa que no entendía, y que aceleraba hasta ponerse a mi lado. Sinceramente, no sé ni si el autocar iba con pasajeros ni qué cara tenía el conductor (o incluso si era una conductora, aunque por la situación me pareció que era un hombre), porque a esas horas no se ve nada, o por lo menos no yo desde esa posición, pero supongo que él sí. Cuando noté que se mantenía a mi lado aceleré para alejarme, pero es que volvió a hacerme luces. Mi cara en ese momento fue de total asombro, la maniobra anterior había sido correcta, así que no se trataba de un tema de conducción, y si ocurría algo con mi coche me hubiera pitado al situarse a mi lado para llamar mi atención, pero no fue así. Empecé a asustarme y recordé en ese momento que una amiga me explicó una situación similar aunque con un coche, que intentaron sacarla de la autopista. No tardaba en llegar mi salida pero no la señalicé hasta el último momento, por el retrovisor veía cómo el autocar aceleraba otra vez detrás de mí y tuvo que hacer una maniobra imprevista porque se incorporó un camión. Así que cuando salí de la autopista no estaba detrás de mí, pero a medida que pasaba por mi lado se puso a hacer luces y a pitarme… ¿en serio? Soy una mujer que va sola en un coche por la autopista en medianoche, ¿hay algo malo en ello? Aquí no se puede decir que yo llevaba minifalda y provocaba porque dudo que desde su posición pudiera apreciar ese detalle (nótese la ironía). Salgo de la autopista y en una rotonda me encuentro un control policial, en esta ocasión ser mujer en un coche sola a esas horas era una “ventaja”, no me pararon, en cambio en la autopista era un peligro.

Tenía el corazón acelerado, aún no daba crédito a lo que había sucedido, un poco más adelante me encontré un descapotable con dos chicas (no es broma) y pensé, madre mía, que no se crucen con el loco de la autopista. Automáticamente me dije a mí misma, estás haciendo lo mismo que todos, creer que están en situación de inferioridad o peligro por el mero hecho de ser mujeres y andar solas por la noche… pero es en este punto donde entra el ser realista, ni feminista, ni machista. La realidad es que aún existen situaciones en las que un hombre se cree con derecho y superioridad ante una mujer por el simple hecho de ser mujer y andar sola y encima de noche.

Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? Cambiar al conductor del autocar es complicado (aunque igual el karma se encargará de él). Decir que todos son iguales tampoco es correcto. El camino, desde mi humilde punto de vista, pasa por dos vías. Una, seguir denunciando estas situaciones, darles voz, sin estigmatizar, sin llevarlo al extremo, pero sin callar. Dos, educar, educar y educar, en casa, en la escuela, en la familia. Los niños y las niñas de hoy serán el conductor de autocar, las chicas del descapotable del futuro y los policías del control. Serán los que conformen la sociedad, y si queremos una sociedad justa debemos educar para ello.

Y ya de paso, que Barberà del Vallès potencie el deporte femenino en cualquier modalidad ayudará, y bastante, ahí lo dejo. Lo que quería decir con Carolina Marín al final lo he dicho con el conductor del autocar y el profesor de informática, seguro que ninguno de ellos jugó de pequeño al fútbol con una chica, o con una cocinita o se pintaron las uñas al ver cómo su madre lo hacía. Es cuestión de pequeños detalles, de dar un paso tras otro y de sacar la Ally McBeal que todas llevamos dentro.

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