En septiembre de 1981 yo tenía cuatro años y era mi primer día de escuela. Sí, antes empezábamos el colegio en P4 y no hacíamos inglés hasta sexto. Tengo vagos recuerdos de aquel día porque fue un caos, hubo una amenaza de bomba y tuvieron que desalojarnos a todos, llamar a nuestras familias. Pero esa imagen está grabada en mi memoria y cómo le decía a mi amigo: “no te preocupes, todo va a salir bien”.
Desde entonces la escuela ha funcionado con cierta normalidad. Hasta la semana pasada.
Aún no éramos muy conscientes de lo que se nos venía encima. Pero sí que en el ambiente había un cierto desánimo o extraña sensación. Que la escuela cierre no es una decisión baladí.
Ya llevamos más de una semana de confinamiento. He seguido trabajando, pero desde casa, y a la vez me he tenido que ocupar de los niños y de que sigan con su instrucción, también de que se diviertan y gestionen emocionalmente lo que está pasando. También los adultos intentamos adaptarnos como mejor podemos. Y ha sido una locura. Pero estamos bien.
Durante estos días ha habido mucho cachondeo, y perdonadme la expresión, con la situación. Y es lógico que reaccionemos así, ante el miedo a lo invisible, porque encima es un bichito que ni vemos, pero tenemos frente a nosotros un enemigo tan pequeño como poderoso que está poniendo en jaque y cuestionando nuestro modelo de vida. Y creo que pronto empezaremos a no estar de tan buen humor, y eso también es bueno, debemos ser conscientes de la situación porque eso despertará nuestra solidaridad.
Me explico. El saqueo de los supermercados no es solidario, es la respuesta más reptil de nuestro cerebro ante una situación de peligro, es la primera que se activa frente al miedo. Si hemos desarrollado herramientas de gestión emocional seguramente hemos llenado la despensa con lo que necesitábamos, y no con más quilos de arroz de los que llegaremos a consumir en todo un año.
La solidaridad empieza en el momento en el que nos damos cuenta de que todos estamos en el mismo barco y que no hay que llevarse el pan sin gluten porque hay personas que únicamente pueden comer ese pan.
Creo que la propia naturaleza nos está dando su particular toque de atención.
Estos días estoy escuchando y leyendo muchas opiniones, y comparto especialmente las positivas, las que creen que de esta saldremos reforzados siendo mejores personas. Aunque la recesión y la crisis económica no nos la va a quitar nadie, e incluso me atrevería a decir que la crisis va a ser mucho más profunda, de valores, de nuestro actual modelo económico, social e incluso político. Quizás más empresas opten por el teletrabajo cuando hasta el momento era una excepción; nuestra manera de relacionarnos mejore, volviendo a hacer ese café con el que vive a escasos metros de nosotros obviando la comunicación por móvil.
Pero volviendo a las personas. El otro día escuché a un vecino como llamaba a otros, un matrimonio mayor, y les decía: “Hola, soy vuestro vecino, por favor, si necesitáis algo, lo que sea, avisadme”.
Reconozcámoslo, nuestra sociedad se estaba convirtiendo en una suma de muchas individualidades. Vivíamos de puertas para adentro en nuestras casas y de cara al exterior en las redes sociales. Ahora, que estamos obligados sí o sí a estar confinados, quizás sería el momento de conectar con nosotros mismos, con lo que somos, con lo que queríamos haber sido.
Y no olvidemos que efectivamente hay gente que lo está pasando muy mal, que nos necesitan, y que de esta sólo saldremos adelante si remamos todos juntos.
A mis hijos hoy les he explicado que esto es como estar navegando por el mar. Ahora mismo no podemos lanzarnos al agua, porque hay tiburones, hay que mantenerse dentro del barco con nuestras diferentes funciones: cocinar, administrar las provisiones, dirigir el timón, limpiar la cubierta, avistar a nuestro alrededor, estar alerta, y también, por qué no, cerrar los ojos, sentir el sol en nuestra cara y pensar que un día gritaremos aquello de “tierra a la vistaaaaaaa”. A lo lejos avistamos otros barcos en nuestras mismas condiciones, y los saludamos, o quizás en algunos están peor porque el virus ha trepado por la popa y se ha instalado en sus camarotes. Pero están los guardacostas que van allí donde hace falta, con barcos pequeños y pocos medios, pero con coraje y tesón. Que cada día, cuando el sol cae, todos los barcos hacemos sonar nuestra bocina, para recordarles a esos que están al pie del cañón, que valoramos su labor.
Lo que me gustaría creer es que, cuando podamos darnos ese chapuzón en el mar, seremos mejores personas, saludaremos a nuestros vecinos y ofreceremos nuestros chalecos salvavidas aunque eso signifique quedarnos nosotros sin.
Saldremos adelante, por supuesto, pero toca remar al unísono y en la misma dirección. Todo va a salir bien.