“Una revolución tecnológica puede tardar más o menos en lograrlo, pero siempre acaba encontrando el lenguaje que le es propio”. J. Wagensberg, El pensador intruso
Confundimos con frecuencia comprender algo con estar acostumbrado a ese algo. Por ello conviene, de vez en cuando, revisar nuestras creencias por muy seguros que estemos de ellas y muy sólidas que parezcan.
En lugar de ser conocidas por ser las aves más pesadas que existen, por poner los huevos más grandes que sus congéneres o por correr a gran velocidad, los avestruces son conocidos por un mito: que esconden la cabeza ante la adversidad. En realidad, lo que hacen estas aves es acercar su cabeza al suelo para buscar comida, cavar un pozo en el que depositan sus grandes huevos o estirar su cuello al ras de la tierra, sin enterrar su cabeza para poder permanecer expectante, de forma tal que sus depredadores confundan su cuerpo con un arbusto.
Pero nos contaron que los avestruces esconden la cabeza por miedo y hemos asumido que eso es cierto. Alguien ha inventado una historia y los demás nos la hemos creído. Asumimos que no hay más opciones, pero las hay.
Inventar historias es la forma que hemos encontrado los humanos para comunicarnos nada más bajar de los árboles. Para el escritor John Gardner el argumento básico de un relato es un personaje que quiere algo, se lanza a conseguirlo a pesar de las dificultades y de sus propios miedos, y finalmente triunfa y lo consigue, fracasa y pierde, o se queda como estaba. A mí me gusta esta fórmula sencilla porque se puede trasladar a cualquier ámbito de la vida: un deseo nace de una idea o una necesidad, una o varias personas se unen y trabajan juntas para materializarlo con el objetivo final de hacerlo realidad. Puede resultar un éxito, un fracaso, o no tener ninguna repercusión. Y aquí es donde quiero detenerme: en aquellas ideas que no triunfan. ¿Por qué algunas ideas no llegan a ver la luz?
Si nos preguntáramos cómo ha nacido esa idea fracasada, a menudo descubriríamos que lo que ha fallado es la narrativa: el argumento estaba mal planteado de inicio. Posiblemente lo que pasó fue que alguien dijo: “Este es el problema y esta idea es la solución. Pongámonos a ello”. Aquí se pone de manifiesto un fallo en la comunicación y la consecuencia de no haber conseguido el objetivo es algo tan sencillo como no haber sido capaces transmitir esa idea con emoción.
Por suerte, existen nuevas fórmulas que podemos aplicar para comunicar ideas. Una de ellas viene de la mano de Stephen Dennign, que escribe en general sobre temas de liderazgo, pero sus reflexiones son válidas para diferentes ámbitos. Denning propone utilizar un nuevo lenguaje que sirva para comunicar ideas y encender la emoción que nos lleva a la acción. Para ello, plantea un cambio en la comunicación, pasando de un modelo en el que alguien describe el problema, luego lo analiza y finalmente propone la solución, a una nueva fórmula de comunicar ideas: llamar la atención, provocar el deseo y reforzar con razones.
Me pregunto qué pasaría si en cada conversación, en cada proyecto o en cada interacción con nuestro entorno intentáramos despertar la atención de quien nos escucha y provocar el deseo por conseguir algo nuevo, algo maravilloso. ¿Y si, además, fuéramos capaces de reforzar con verdaderas razones nuestros argumentos? ¿Cómo cambiaría nuestra forma de comunicarnos y de narrar nuestra historia al mundo?
Comunicar también es tener el valor de decir lo que pienso y cómo me siento, es preguntar al otro qué tal está, es interesarme por su respuesta. Comunicarnos es sentir que de verdad no somos islas, es estrechar manos y construir puentes. Si de verdad queremos transformarnos, es hora de cambiar la narrativa en nuestras vidas.
Pero os propongo que volvamos por un momento a nuestro simpático avestruz: imagina que estamos en medio del Sahara observando un grupo de avestruces y vemos cómo un avestruz se aparta del grupo y se dirige hacia el porche de una casa en la que han dejado un desayuno a medio terminar. El ave empieza a picotear los restos que hay sobre la mesa y, sin querer, introduce su cabeza en un visor de realidad virtual. Algo en el visor llama su atención, le enseña al ave algo que nunca ha visto ni sentido en su cuerpo, ¡está volando en lo alto del cielo! Entonces descubre que tiene alas y empieza a desplegarlas: la realidad virtual ha provocado su deseo de volar. A la mañana siguiente, comienza a practicar hasta que consigue levantar vuelo, ante la mirada incrédula de sus compañeros. ¿Qué ha pasado? Las razones que tenía para intentarlo habían sido reforzadas por la experiencia de realidad virtual. Esto que os cuento podéis verlo en este comercial que, además, tiene una música estupenda. Llamar a la acción, provocar el deseo y reforzar con razones verdaderas, genuinas: así consigue volar este avestruz.
Ya sabes: que los avestruces esconden la cabeza en la tierra es solo un mito. Estamos en una era de transformación, aprovechemos el impulso y transformemos nuestra forma de comunicar, porque solo así conseguiremos una nueva mirada sobre la realidad.
Una de dos: o cambio mi manera de creer, o cambio mi manera de mirar.
¿Estás preparada para cambiar?