Por lo general, los escritores le damos a la pluma con el propósito de evadirnos del mundo que nos rodea, de crear situaciones alternativas, universos paralelos en los que la imaginación se presenta como el pasaporte para poder viajar de uno a otro. Eso no quita que el proceso previo de documentación a la hora de crear una historia ficticia sea una fase muy importante, pues el hecho de saber dominar esa manipulación de la veracidad se convierte en vital si queremos atrapar al lector en nuestra telaraña de tinta. Pero ojo, porque un exceso de celo en acaparar datos y más datos nos puede extraviar del camino principal olvidando así la propia historia, el verdadero motor de cualquier narración.
De lo anteriormente mencionado nacen los CUENTOS CON RIGOR CIENTÍFICO, sección que estreno con:
Caperucita roja
Caperucita era una niña pre-adolescente de 1,42m de altura y 36kg de peso en pleno proceso de cambio hormonal: su hipófisis, estimulada por el hipotálamo, ya había empezado a segregar la hormona folículo-estimulante (FSH) y la hormona luntenizante (LH) con los convenientes cambios físicos a corto plazo que ello conllevaría en su menudo organismo.
Ataviada con su habitual caperuza roja Pantone 185, emprendió el camino hacia la casita de su abuela, atravesando frondosos bosques caducifolios, formados por árboles de hoja caduca, entre los que abundaban castaños (Castanea sativa), arces (Arcer campestre) y nogales (Juglans recia), tan propios del clima continental húmedo en el que vivía nuestra confiada protagonista.
Cada tarde, Caperucita iba a visitar a su abuelita, una octogenaria cuya artrosis del tipo III la mantenía en cama a pesar de la gran cantidad de medicación condoprotectora que tomaba a fin de paliar el aumento de los osteofitos en sus articulaciones. Junto a ella pasaba todas las tardes merendando alimentos ricos en carbohidratos, calcio, magnesio y metionina: un aminoácido esencial presente en las nueces y que Caperucita nunca olvidaba traer en su cesta de mimbre, la cual, aunque ella no lo supiese, le iba a durar toda la vida, pues había sido elaborada con fibra vegetal extraída de la savia callosa de un robusto sauce salix, un árbol de la familia de las Salicaceae especialmente resistente por su alto contenido en polímeros estructurales.
Cuando la jovial niña llegó a casa de su abuela, se sorprendió al instante (sus pupilas se dilataron, el Sistema Nervioso Autónomo comenzó a invertir el ph de las glándulas sudoríparas con el fin de frenar una excesiva sudoración repentina que bien podría complicarse en una hiperdhidrosis y el ritmo cardíaco se incrementó considerablemente, provocando un aumento de la presión arterial rayana en la arritmia acelerada o taquiarritmia) al comprobar que un enorme Canis Lupus había suplantado a la mujer que por vía paterna la sucedía a ella en dos generaciones; vamos, la abuelita.
El hambriento lobo, el cual, al no poder determinar con exactitud si pertenecía o no a una manada sería del todo premeditado asignarle la etiqueta de macho alfa, se abalanzó sobre la aterrorizada niña aplicando sobre sus enormes patas traseras una fuerza de 300N, a tenor de la aceleración de 27m/sg que aplicó a sus 102kg de peso. Todo ello sucedió sin mediar palabra alguna, ya que, al margen de fábulas sin veracidad contrastada, la laringe del Canis Lupus carece del cartílago cricoides, uno de los tres que, junto al tiroides y la epiglotis, permite la capacidad del habla.
El final de este cuento hubiese sido el de un animal vertebrado, mamífero y carnívoro, devorando a otra criatura peor adaptada al medio si no fuera por la providencial aparición de un leñador adulto, cuyos bíceps y deltoides, musculados por el trabajo continuo de talar, lograron asfixiar al temible cánido, provocándole una hipoxia que frenó en seco el vital suministro de O² al cerebro, preámbulo de la inminente midriasis del tronco encefálico, seguida de una hipotonía muscular con paro cardíaco incluido.
Qué bueno!
¡Espectacular! cosa que no me sorprende… como todos tus relatos.
Gracias Eva y María José.
Como sois las dos únicas personas que han comentado desde que arranqué El Rincón de Aye, estáis invitadas a una rodaja de melón con jamón pero sin jamón. Si alguna de vosotras es alérgica a esta fruta no tengo inconveniente en cambiar la rodaja (insisto, sin jamón, luego no quiero decepciones) por una mandarina.