Dentro del mundillo teatral es bien conocida la expresión “Quedarse en blanco”, en alusión al pánico que atenaza a los actores ante la posibilidad de bloquearse en mitad de la función olvidando parte de su texto. Tiempo atrás, existía la figura del apuntador, quien, escondido a pie de escenario amparado por las sombras que no alcanzaban a iluminar las candilejas, chivaba al actor mediante un susurro sotto voce lo que a este le tocaba decir en caso de que se quedara en blanco. Hoy en día, ese oficio salvavidas se considera extinto.
Pero seguro que el actor argentino Leonardo Botalli hubiese pagado su nómina de diez años para que un apuntador le hubiese sacado de la parálisis interpretativa que sufrió durante la representación de la obra La vengativa venganza del vengador Duque de Transmontanno, estrenada en mayo de 1985 en el Real Teatro Nacional de Buenos Aires: Leonardo Botalli se quedó en blanco sobre el escenario nada más y nada menos que cuatro años y dos meses, lo que supone el “quedarse en blanco” más largo de la historia, cuyo espacio de tiempo no se ha superado hasta la fecha.
(La imagen que acompaña al artículo recoge dicho momento histórico, cuando el Duque de Transmontanno, encarnado en la piel de Botalli, está a punto de revelar su verdadera identidad).
No es de extrañar pues que cuando a un actor le sobreviene un blanco prolongado (cinco minutos ya es tiempo más que suficiente para que cualquier obra amenace con desmoronarse), se recurra a la expresión: “Menudo Botalli que te ha dado”.
Los compañeros de reparto, en un alarde de amor al oficio, aguantaron el tipo junto a Leonardo sin bajarse del escenario durante los eternos cincuenta meses que se le prolongó a este su bloqueo. En ese tiempo, Francisco Zeballos, pegado justo al lado de Botalli, fue operado tres veces de la espalda, lo que le obligó a sacarse la carrera de fisioterapia a distancia para poder hacerse él mismo la rehabilitación. Las hermanas Marisa y Leonor De La Fuente se disputaron con uñas y dientes el amor del salvadoreño Braulio Ligorio (el tercero por la izquierda): en una ocasión, la jovencísima Leonor llegó a envenenar la comida que semanalmente les traía una empresa de catering con el fin de quitarse de en medio de una vez por todas a su hermana mayor.
Y por supuesto, no podemos olvidar al cuarto por la izquierda, el chileno José Martín Polancro, que se quedó catatónico antes de cumplirse el primer año del blancazo de Botalli.
Cuando por fin, casi cinco años más tarde, volvió el texto a la memoria del argentino Leonardo (gracias a la ayuda de una logopeda y ya sin brazo izquierdo, amputado por la gangrena que acabó brotando ante el espartano esfuerzo de mantenerlo inmóvil en idéntica posición), el Real Teatro de Buenos Aires, enfermo paliativo por la quiebra económica, se había transformado un año antes en un centro comercial. Sin embargo, la multinacional aceptó desde el principio y sin condiciones mantener intacto el trozo de escenario donde todavía se hallaba en stand by tan famosa representación, compartiendo ahora espacio con la pescadería.
Diecisiete afortunados clientes junto a los tres pescaderos, aplaudieron, cuatro años y dos meses después, el esperadísimo final de La vengativa venganza del vengador Duque de Transmontanno.