El rincón de Aye: El cuscurro de Sörenshen

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David González “Aye”

Resulta obvio afirmar que las cosas, todo y existiendo desde tiempos ha, no han tenido en su origen un nombre propio que las defina. Una ardilla, por ejemplo, ya era ardilla antes de que alguien la bautizara con esa palabra: «ardilla». O imaginaos un melón, aumentando su redondo volumen a base de retener líquido en medio de una naturaleza salvaje muy lejos aún de ser huerto, que no necesitaba de nadie que viniese a llamarlo melón para seguir siendo un melón. Entendéis por donde voy, ¿verdad? No quisiera que ninguno se me perdiera ya en el primer párrafo.

Pues partiendo de esta premisa, es lógico pensar que los dos extremos de una barra de pan no siempre han llevado en su particular carnet de identidad etimológico el nombre de «cuscurro». No interesa ahora debatir cuál fue el origen del cuscurro como tal, si bien las primeras civilizaciones asentadas en Mesopotamia amasaban barras de pan sin principio ni fin al no contar en su vocabulario con el término «cuscurro» capaz de limitarlas. Significativo resulta el hallazgo en la excavación arqueológica de Nínive (entre las actuales Siria e Irak), donde, oculta durante siglos bajo toneladas de arena, descansaba una barra de pan que se extendía más de treinta y cuatro kilómetros en ambas direcciones opuestas sin un cuscurro al final de cada extremo que pusiese fin a ese horneo eterno. Pero como ya hemos comentado, cuándo aparece el cuscurro no es el eje central que vertebra este artículo, sino cómo se establece una medida exacta que definirá para todo el mundo lo que es cuscurro y lo que no.

Denominado técnicamente “Punta extrema longitudinal sin miga”, el cuscurro, al contrario que otras medidas como el Metro, el Kilo o el Pascal, padeció un convulso periplo a lo largo de la historia antes de alcanzar los 4cm y 77mm, valor estándar que el Gremio Internacional de Panaderos aceptó como válido un 12 de febrero de 1959. Aunque en realidad fue mucho antes, en 1922, cuando el panadero y matemático danés Jesper Sörenshen ya estableciera ese parámetro de referencia que delimitaba con exactitud dónde acababa el cuscurro propiamente dicho y empezaba la parte más larga de la barra: el llamado “Sector transversal bocadillero”.

Pero no sería hasta 1968 que la Organización Mundial del Bocata (O.M.B.) acabase por otorgar a Sörenshen la patente moral de esos 4,7cm que marcaban la delgada línea entre realidad y ficción acerca de lo que sí es cuscurro. Acababa de nacer una nueva medida internacional: el “Cuscurro de Sörenshen”.

Paralelamente, su acérrimo archienemigo, el holandés Jonas Damgaard, un huraño molinero de Utrecht, exprimió su introvertida existencia intentando arrebatar a Sörenshen su patrón con el fin de imponer su propia medida, la que él consideraba el verdadero umbral donde el cuscurro pierde su nombre: 5cm y 22mm, resultado de la separación entre el dedo índice y el meñique de la mano extendidos al máximo, conocida como “Apertura palmípeda de Damgaard”. Tanta porfía jamás consiguió alejarlo de la sombra de Jesper, bajo la que tuvo que vivir hasta el fin de sus días, víctima de un coágulo cerebral producto del picotazo de un cisne en la sien. Por su parte, el brillante panadero y matemático de Kolding, nunca llegó a ver reconocido en vida tanto esfuerzo por hallar los límites reales del cuscurro, reconocimiento mundial que se le otorgaría a título póstumo.

Jesper Sörenshen falleció en 1942 a causa de una fulminante migatitis atópica, una rarísima enfermedad cutánea que acabó por cubrir todo su cuerpo de una miga extremadamente ácima.

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